“JULIAN DEL CASAL”
Nace Julián del Casal, un 7 de noviembre de 1863. uno de los grandes de la lirica cubana, poeta precursor del movimiento modernista junto a José Martí y Ruben Darío.
Fallece el 21 de octubre de 1893.
PAX ANIME
No me habléis más de dichas terrenales
que no ansío gustar. Esta ya muerto
mi corazón y en su recinto abierto
solo entran los cuerpos sepulcrales.
Del pasado no llevo las señales,
y a veces de que existo no estoy cierto,
porque es la vida para mí un destierro
poblado de figuras espectrales.
No veo más que un astro obscurecido
por brumas de crepúsculo lluvioso,
y entre silencio de sopor profundo,
tan solo llega a percibir mi oído,
algo extraño y confuso y misterioso,
que me arrastra muy lejos de este mundo.
Nació en La Habana el 7 de noviembre de 1863, en el seno de una familia de ricos hacendados de origen vasco, pero que se arruinó cuando él era niño, por lo tanto, pasó de la opulencia a la miseria. Afectado de tuberculosis, toda su vida vivió esperando la muerte que le llegó joven. Incorporó como propio todo el exotismo de la languidez finisecular estética del tardo romanticismo, de los parnasianos y modernismo, llevando una vida bohemia e inventándose su vida. Sus modelos éticos y estéticos eran los poetas franceses Charles Baudelaire y Théophile Gautier, y su escenario favorito París, ciudad que nunca visitó, tal vez, por su estado de salud, que le impidió salir de Cuba, excepto en una ocasión en la que viajó a Madrid.
Su primer libro de poesías, que hay que considerar dentro del romanticismo, Hojas de viento (1890), está marcado todavía por las influencias de románticos españoles como Campoamor, Zorrilla o Bécquer, aunque también hay crispaciones a lo Heine o Leopardi y se anuncia Baudelaire y Gautier. Todas estas influencias significan que todavía no es una obra original, sino un ejercicio literario sobre lo estudiado pero no interiorizado, hecho propio. En el segundo libro, Nieve (1892), ya el título sugiere el modernismo, pues si hay algo exótico en el Caribe es la nieve, y en él, el tono pesimista aristocrático, así como la preocupación formalista en métrica y léxico, son propias del modernismo de Darío y Gutiérrez Nájera y, por supuesto, de Verlaine. Y así se llega a su tercer y último libro, Bustos y rimas (póstumo, 1893), el más original y personal donde se anunciaba un gran poeta llamado a renovar las letras hispanas. Es un libro sombrío y audaz en el que se rinde culto a las sensaciones, los símbolos, el gusto por las culturas exóticas desde la helenista, el rococó o el japonismo, pero en el que todo se vive y cuenta desde el interior, sin paisajes externos.
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